12 de enero de 2014

Tengo los labios secos de pensar en vos,

los muerdo con la esperanza de aprisionar la memoria de ese último tacto.
El éxtasis de los días. Esos momentos miel, cuando una dulce lluvia de albor empapaba nuestro cuarto y nosotros rebotábamos como moscas, encandilados. Una mansión con forma de armonía, en tu piel. Y ese sol que se filtraba entre maderas y terminaba blindando la habitación, como si pudiese habernos protegido de los limones, y las abejas, y el viento, que tanto deseamos sin querer.
-Escucha mi sol. No se mirarte. Tengo miedo de leerte y entender todo.-
Así, una brisa caprichosa voló las caras y los sentidos se durmieron ante un Dios que no se entregó. Y mis cuerdas se cansaron de llamarte a gritos para que encuentres, ciega, el camino a la verdadera piel; ingeniaste un mundo y la inocencia del vaivén de tu armonía ahuyentó al cuerpo del sol.

-Te fantaseo, te quiero mía;
y en la carencia de tu vuelo te amo y te sostengo.
Y mis brazos, débiles y cómplices acarician tu inseguridad.
Te fantaseo, te quiero mía;
para que aprendas a correr conmigo y nunca saltes.- 




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