los muerdo con la esperanza de aprisionar la memoria de ese último tacto.
El éxtasis de los días. Esos momentos
miel, cuando una dulce lluvia de albor empapaba nuestro cuarto y nosotros
rebotábamos como moscas, encandilados. Una mansión con forma de armonía, en tu
piel. Y ese sol que se filtraba entre maderas y terminaba blindando la
habitación, como si pudiese habernos protegido de los limones, y las abejas, y
el viento, que tanto deseamos sin querer.
-Escucha mi sol. No se mirarte. Tengo miedo de leerte y entender todo.-
Así, una brisa caprichosa voló las
caras y los sentidos se durmieron ante un Dios que no se entregó. Y mis cuerdas
se cansaron de llamarte a gritos para que encuentres, ciega, el camino a la
verdadera piel; ingeniaste un mundo y la inocencia del vaivén de tu armonía
ahuyentó al cuerpo del sol.
-Te fantaseo, te quiero mía;
y en la carencia de tu vuelo te amo y te sostengo.
Y mis brazos, débiles y cómplices acarician tu inseguridad.
Te fantaseo, te quiero mía;
para que aprendas a correr conmigo y nunca saltes.-
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