Vida, puta masa cambiante. Ciclotímica, no le interesa cuan cómodo
estés. Complota entre cálculos cósmicos, térmicos y dérmicos pintando un cuadro
de una marea que va y te lastima; que viene y te acaricia, que solo te hace derramar una lágrima en cuanto
se percibe una suspensión del tiempo. Dos muecas instantáneas, intrínsecas, a
veces imperceptibles al ajeno a su cuerpo.
Instiga un vértigo al que no le preceden dulces cielos; los pequeños
sonidos solo avivan el fuego en el esófago, la temperatura sube, sin respirar
crispas los ojos y clavándote tus propias uñas tu puño pide ser agua entre el
mar.
Una capsula que se sostiene entre el pasado y la expectativa, hamacándose
borracha, como si realmente el tiempo no pasara. Una ilusión que es tan real
como lo que ya pasó, y hoy no es, o nunca lo fue; y sin embargo, es un fuego tan
dulce que me ampara ante cualquier vuelco al cemento duro, gris e
intransitable.